lunes, 3 de septiembre de 2007

Desde el interior

Un viajero entre dos ciudades, dos ideas, dos pensamientos, pero un mismo corazón que lucha por la vida. Parte de la tierra de los desheredados al encuentro de la esperanza. Con rumbo contrario al destino del sol, que se aleja por su izquierda hacia tierras más al sur. En su descenso pinta el cielo con toda una paleta de vivos colores: naranja, rojo, amarillo y de fondo el azul que continúa más allá del horizonte.

A su alrededor interminables campos de cereal, ya maduro, que se agitan con la tenue brisa. Bajo el calor de suaves caricias de una mano invisible. Como equipaje sólo un pequeño atillo a su espalda y como objeto más preciado su retina, que guarda instantáneas únicas, a cada palmo de tierra andado.

La estepa castellana saluda al caminante y lo acoge en el abrigo de sus llanuras, a la sombra de sus montes, en la profundidad de sus barrancos. En los cuales se vislumbra salpicando su árido contorno, sencillas casas de blancas paredes. Iluminadas por pequeñas luces amarillas, que le da un entorno bucólico a esa estampa que se abre en medio de una naturaleza dormida. Mientras sucumbe a la llamada de la noche. Dándole a toda la escena una tonalidad grisácea donde se desdibuja la separación entre lo mundano y lo celeste, formando un equilibrado conjunto de efímera belleza.

Atrás queda ya esa baldía región de caminos blanquecinos y polvorientos, muriendo de sed al pasar sobre ella los insolentes rayos solares, que cobran muy caro la luz que le proporciona cada día.

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